El olivo se levantó orgulloso en su promontorio, veía con desprecio a aquel árbol encorvado, nudoso y poca cosa que se había atrevido a nacer entre aquellos príncipes del reino vegetal, el sicomoro le miraba de reojo, no hablaba, ¿para qué? No podía bajar al nivel de aquel montón de costras y fibras sin valor. El viento era cómplice de aquella conversación entre gigantes, la acacia decía ¿para qué viene al mundo un esperpento como este? Al menos yo doy sombra; el olivo replicaba, mi fruto da aceite, esencial para la unción de las almas de alta cuna, mi fruto es degustado por príncipes y reyes, el árbol palo de rosa argumentaba: mi nombre es suficiente para reconocer mi alta alcurnia: Dalbergia latifolia. Entonces vino el leñador, y como oyendo la conversa procedió a cortar a aquel intruso. - A de ir a la hoguera dijo el palo de rosa - Es leña segura dijo el olivo - El sicomoro no se inmutó, ese rastrojo sin nombre no existía para él - La acacia movía grácil su figura, y entre vientos y pajarillos dejaba escapar esa risita El leñador partió, deshojó, cortó y modeló el tosco pedazo de madera que necesitaba, y con la ayuda de un poderoso carromato halado por dos mulas se llevó el producto birlado a la arboleda. El aire levantó las almas de los pedantes arboles de aquel bosque, porque ellos querían ver el destino final de aquel madero, era el día previo a la pascua milenaria, aquella celebración que recordaba la huida de Israel de la opresión de los egipcios, y en medio de una polvareda a las afueras de la ciudad de la Paz, Jerusalén y llevados por el espíritu de los vientos, presenciaron el desfile oprobioso, muchos caminaban maldiciendo como en medio de una orgía de sangre y de desprecio, y entre los seres inyectados de odio o de dolor según fuera el sentir aquel hombre destacaba, aplastado por el peso del madero que también sufría por el cruel uso que daban a su cuerpo. El hombre caía, y en cada caída un charco sanguinolento dejaba la huella de la ignominia, la cual era lavada por las lágrimas de los fieles, y ocultada por el polvo lloroso del camino. Tirados en el suelo, las muñecas del humano y el cuerpo del madero fueron atravesados por enormes clavos inclementes, y el llanto y los gritos eran acallados por el Espíritu supremo de la víctima, y la virtud innata del madero. Izados en uno solo ambos cuerpos, se convirtieron en la evidencia suprema de la crueldad de los humanos, y los vientos se callaron, y los espíritus de los arboles volvieron hacia el bosque con lagrimas en las hojas, sudando savia en sus troncos y sintiendo dolor en sus raíces. A los tres días, la tumba del hombre bueno fue hallada vacía, y en el bosque donde solo quedaba el tocón de aquel árbol desgajado surgió un pequeño retoño verde como la esmeralda, brillante y lleno de vida, triunfante, victorioso. Los arboles del bosque ante aquel milagro, doblegaron la enramada, e inclinaron con respeto sus almas ante el milagro supremo de la redención, mientras el retoño se alzaba hacia el cielo lleno de perdón hacia sus hermanos y conciente de que algún día renacería en el Edén maravilloso, en el sitio reservado para él desde el principio de los tiempos
|